Ángel Jiménez González
Historiador Militar
El mayor general Antonio Maceo Grajales tiene en sus manos
crispadas, la carta en la que el mayor general Máximo Gómez lo pone al tanto de
la claudicación del Zanjón. La sorpresa y la indignación ceden paso al frío
razonamiento. Se vuelve hacia el doctor Félix Figueredo y exclama:
¿No comprende usted, amigo Figueredo, que cuando el general
Martínez Campos propone o acepta una transacción, un arreglo, ha sido porque,
con su experiencia de lo que es esta guerra, estaba convencido de que nunca nos
vencería por medio de las armas? Y esto que digo y sostengo ¿no lo sabía el
general Gómez mil veces mejor que nosotros?...
¡Maldito el día en que se volvió para el Camagüey dejándome en Bío
con mis heridas de Mejía!
Quien así habla, quien desentrañó de una sola lectura la
hábil estratagema de su astuto antagonista, quien enjuiciaba aquellos hechos
con la óptica de la guerra en su conjunto, quien había rebasado con creces el
nivel táctico para auscultar el panorama estratégico, era un jefe con un
desarrollado y agudo pensamiento militar. Y, precisamente, del pensamiento
militar del General Antonio vamos a tratar.
El futuro vencedor de Jobito, comenzó su deslumbrante
carrera militar como simple soldado, el 12 de octubre de 1868, apenas dos días
después de iniciada la Guerra de los Diez Años, y una bala la truncaría el 7 de
diciembre de 1896, en el infortunado encuentro de San Pedro, con el grado de
mayor general y el cargo de lugarteniente general del Ejército Libertador.
En ese diciembre, su hoja de servicios acumulaba más de 900
acciones combativas2 de todo tipo, libradas desde Baracoa, en Oriente, hasta
Arroyos de Mantua, en Pinar del Río, tanto en la Guerra Grande como en la de
Independencia, y su cuerpo ostentaba 27 cicatrices, otras tantas condecoraciones
al valor.
Su ascenso por la cadena de mando militar, fue paulatino a
la vez que vertiginoso —era ya mayor general a los 32 años— a pesar de su
modestia y de los obstáculos que el racismo interpuso en su camino. El
prestigio y la autoridad de que disfrutaba en el campo insurrecto y fuera de él
pregonan que fue un verdadero talento militar; no de los que se incuban y pulen
en las academias, sino de los que se forjan y descuellan sobre el humo del
diario batallar.
Luchador incansable por la causa revolucionaria, no vaciló
en enarbolar las banderas que otros dejaron caer en el Zanjón y hacerlas
tremolar en Baraguá, para emerger como líder indiscutible de la revolución, a
pesar de lo cual cedió el cargo de general en jefe a Vicente García.
El Reposo Turbulento no fue reposo para Maceo. Cuanto
intento sensato por reanudar la contienda independentista se fraguó, contó con
su apoyo o participación. Así, lo vemos organizando expediciones para concurrir
a la Guerra Chiquita en Jamaica, Haití, República Dominicana y Turk Island, a
despecho de haber sido relegado del sitio que en justicia le correspondía.
Estuvo junto a Máximo Gómez en el frustrado Plan Gómez-Maceo de 1884-1886 y
encabezó una nueva tentativa en 1890, dentro de la propia isla, frustrada por
la enérgica actuación del recién llegado Camilo Polavieja.
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Año 107, No.2, 2016
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