Eduardo Torres-Cuevas
Director de la Biblioteca Nacional de
Cuba José Martí
Cuando se ha cumplido bien la obra de la
vida, la muerte no es verdad. Ha desaparecido físicamente Fidel Castro Ruz. A
pocos, solo a los privilegiados por la obra de la vida, se ajusta de modo tan
real la idea martiana. El 25 de noviembre del 2016, cuando el presente número
de la Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí iba a ser entregado
a imprenta, se supo de su desaparición física. Pocos hombres incidieron con esa
fuerza durante la segunda mitad del siglo xx y las primeras décadas del xxi. Su
huella, su fe, su obra alcanza a todos los continentes.
En América Latina deja una impronta
guerrillera y, a su vez, de siembra fecunda de un proyecto que tuvo sus ojos
colocados en “los pobres de la tierra”; un proyecto de dignificación humana que
hoy las izquierdas del continente siguen enarbolando y continúan conquistando
espacios en esa constante batalla entre el poder del dinero, el poder militar,
y la resistencia de aquellos que sueñan con un mundo mejor.
La deuda con África, que lleva toda
América —y Europa—, encontró en él al hombre más solidario que, secundado por
su pueblo, libró batallas en Argelia, Etiopía, Angola, Namibia, el Congo y
alcanzó, como lo reconoció Nelson Mandela, el fin del apartheid en Sudáfrica.
Cuba fue, por la impronta de Fidel, la única nación que dio su sangre por la
independencia, el anticolonialismo y el antimperialismo en un continente que
sistemáticamente había sentido las botas de los soldados imperiales de las
potencias capitalistas que se repartieron el mundo durante siglos. Y cuando no
fueron necesarios los mi- litares, soñó e hizo posible un ejército de batas
blancas para combatir las peores enfermedades, allí donde los que anhelan
riqueza no irían nunca. Los agradecidos, los que aprendieron los altos ideales
que han hecho grandes a los hombres, han pintado el mundo de blanco curando el
dolor y la enfermedad, evitando la muerte.
Fue en Asia donde el heroico pueblo de
Vietnam derrotó a tres imperios, el japonés, el francés y el norteamericano. Y
para asombro del mundo, Fidel fue el primer gobernante que pisó el suelo de
Vietnam del Sur y reconoció la existencia de su gobierno provisional.
Europa no pudo escapar a las ideas y a
las acciones de Fidel Castro. Un atractivo especial ejerció sobre las masas
desfavorecidas. La polémica giró en torno a él; pero no se le pudo ignorar.
Fidel colocó a Cuba en el mapa del mundo.
Su enfrentamiento a Estados Unidos puede
catalogarse como la hazaña más extraordinaria que pueblo alguno ha librado
frente al imperialismo: era la batalla de David contra Goliat; era la batalla
entre la primera potencia del mundo y un pequeñito país. Seiscientos treinta y
ocho atentados en su contra pueden ser considerados un récord mundial; cada
fracaso causaba admiración en unos y odio irracional en quienes no podían
vencerlo. Pero él no estaba solo: la fidelidad de gran parte del pueblo de Cuba
lo acompañó y lo protegió. Y esa fidelidad tiene profundas raíces.
Quizás muchos no recuerden hoy la
magnitud de su inmensa obra; hay que rescatarla y divulgarla. Sus principios
siguen siendo símbolo de la sociedad que quiso construir: “[…] no le vamos a
decir a nuestro pueblo cree, sino lee”. Y así se sucedieron la Campaña de
Alfabetización, las del noveno grado, la creación de las facultades obrero-
campesinas, la multiplicación de las universidades, de los institutos
pedagógicos y de ciencias médicas, y la creación de una red nacional de centros
científicos, que transformaron a Cuba, de un país sin potencial científico
significativo en uno que hoy puede ayudar al desarrollo
Revista BNCJM 2-2016.indd 6 Año 107,
No.2, 2016
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